La Gran Belleza, más que un homenaje, es la ratificación del alma romántica italiana qué, si bien se podría inspirar en la Dolce Vita de Fellini, no adapta ni se basa en la ideología de Federico. Las visiones de ambos directores se complementan, y Sorrentino crea una nueva experiencia en una época contemporánea del cine donde se bifurcan las películas que rozan la genialidad a través del arte visual y una narrativa con propósito, y de las que solamente parecen ser éxitos en taquilla.
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Una película visualmente espectacular, con una dirección de fotografía cuidada, que deslumbra y acompaña el argumento y dilema filosófico a manera de monólogo interior con el que nuestro protagonista carga durante el filme. Con una conocida tendencia al exceso, al hedonismo y a la narrativa esporádica, tan natural y orgánica como minimalista, estamos hablando del mejor trabajo por parte del director.
Una puesta en escena tan artística como reflexiva en todas sus aristas. Una escritura excepcional, actuaciones entrañables, una dirección única, y una fotografía que impacta, todo dentro de una ciudad que evoca a toda clase de sentimientos, y nos termina evocando, como buenos amantes del cine, añoranza sobre nuestra concepción de lo que es bello.
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Leí la opinión de Sergi Sánchez en Fotograma, sobre cómo la escena inicial consiste en una de las fiestas mejor filmadas de la historia. “Una celebración supina de la vulgaridad berlusconiana, una parada de los monstruos que hay que ver para creer.” Jep Gambardella, el protagonista, no lo pudo haber dicho de mejor manera dentro del filme. Yo no quería ser simplemente un hombre mundano, quería ser el rey de los mundanos. Yo no quería sólo participar en las fiestas, quería tener el poder de hacerlas fracasar. Un tinte característico de las líneas que Sorrentino escribe en sus películas y que le dan vida y personalidad al protagonista.
De igual manera en qué Fellini hizo con el retrato de la decadencia romana con Marcello Rubini, como si no hubiera cambiado, como si la historia se hubiera repetido, Sorrentino lo hace con Jep Gambardella, espléndidamente encarnado por un Toni Servillo que es como el vino, y que cada colaboración con Sorrentino llega a ser un acontecimiento. De igual manera en la película, se pueden llegar a percibir tintes de otros filmes tales como Giulietta degli spiriti y Roma, del mismo Fellini. Una actuación por parte de Servillo excepcional, que inclusive, a falta de ver más de su trabajo, se puede notar que es el papel de una vida, que con maestría refleja a un personaje con quien parece ser uno mismo en realidad.
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Jeo Gambardella es de los personajes mejor escritos, y más complejos que he podido ver en pantalla. En una realidad para él de cierta manera tan real como ajena, tan onírica como verdadera en el plano, autocrítico y sincero consigo mismo. No se engaña, sabe que ha caído en costumbres conformistas debido a su posición acomodada, banal, vacua, de intelectualidad, rígida y frívola, pero no sermonea, no pregona.
Como bien habría mencionado Eloy Tizón, al decir que Jep… es la personificación de la Europa desgastada, ojerosa, de chaqueta cruzada elegantísima y hortera a la vez, que pese a todo renuncia a las cenizas de la pasión, al guiñol social y al descontrol de la juerga.” Hedonismo, derroche, aturdimiento, que le impiden seguir su moral, pero que le hacen no predicar con hipocresía. En una de las mejores escenas de mostrar y no decir dentro del filme, sin dudas es cuando le quita la máscara a una amiga suya que intenta darle lecciones de ideología.
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La Gran Belleza es una estética idealista y fundamentada por su discurso. Una elaboración a las exigencias del paladar del director, tanto como de la trama misma, de carácter ideológico, el asentamiento del divorcio total de la vida social y mundana, como se refiere Jep, al arte y la creación. La creación del arte está fundamentado en otro arte, en la obra de otro creativo, de otra visión sobre el mundo que nos rodea.
Como dice la parábola India de los ciegos y el elefante. Es de las mejores maneras que tengo para poder ejemplificar como las diferentes perspectivas que tienen los autores creativos de Roma sobre su ciudad en diferentes épocas, terminan convergiendo. Si les cuestionáramos a cinco personajes invidentes sobre lo que es un elefante, estando situados en diferentes posiciones, todos nos mencionarán sólo lo que su perspectiva les permita apreciar. Todos estarán en lo correcto, porque en verdad el animal tiene estas características. El error reside en aferrarse ciegamente a su punto de vista.
La Gran Belleza es la ejemplificación de la parábola India con sus personajes, con sus entornos, con sus aspiraciones y deseos más humanos y profundos. A su vez, fuera de la pantalla, también nos otorga el punto de vista de su director, Sorrentino, sobre una de las ciudades que más se presta a esta reflexión por su belleza histórica, estética y metafórica.
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La belleza funge en lo que nosotros conocemos y percibimos de este concepto, pero encontrar que se halla (siempre se ha hallado) dentro de nosotros, en la manera en la que vemos el mundo, lo apreciamos y determinamos nuestro sentido de realidad. Jep dice que no ha escrito otro libro después del éxito de su primera obra, El Aparato Humano, debido a que estaba buscando la gran belleza, pero no la ha encontrado. La gran belleza requiere de voluntad, no es estática, está en la manera que recordamos y por ende, al hacerlo, volvemos a vivirlo. ¿Acaso así no termina la película? Cuando la chica con la que está en el peñasco, Elisa, se desnuda parcialmente y deja de escucharle, simplemente es un siseo que cubre lo que se encuentra detrás del arte, de la belleza, una reflexión visual tan esporádica como imaginaria, pero a la vez real, de cómo el sentimiento, la emoción, se esconden detrás del miedo y el silencio.
Una escena que condiciona a Jep, con tintes tan míticos como los mismos que recorren las calles romanas. Elisa todo el filme ha fungido como un McGuffin humano que idealiza y sintetiza el pensar de Jep, su reencuentro con el amor, con lo bello. Ricardo Sánchez de CódigoCine lo habría expuesto de gran manera: "Su Todo en ella se construye con una enorme delicadeza y fragilidad femenina, como un ideal del que el propio Sorrentino comparece enamorado en su ausencia ante la pantalla…” Que para Ricardo Sánchez Sorrentino utiliza a Jep como su elucubración en el plano de la narración. Las vivencias conforman nuestra perspectiva de La Gran Belleza, y el filme lo hace representando su discurso filosófico situándonos en los ojos, en la perspectiva, de Jep Gambardella.
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El director, el napolitano Paolo Sorrentino, conocido internacionalmente por grandes películas que le abrieron camino en el ámbito cinematográfico tales como Le conseguenze dell’amore, Il Divo, This Must Be the Place, ha logrado impactar con La Gran Belleza de manera instantánea a sus espectadores, y se ha consagrado como una pieza esencial y clave para entender el cine contemporáneo.
Un homenaje en cierto sentido a la Dolce Vita de Federico Fellini que es más que eso. Películas que comparten una misma médula ideológica y en estructura narrativa con tintes de nostalgia, pero a la vez perduran ambas versiones debido a su alma propia, por los tiempos en los que se realizaron. La inspiración a la creación, al sentido de la vida y su búsqueda que nunca cesa, el final es un estatuto al trabajo creativo, la inspiración, y una oda a las vidas que merecen la pena vivirse, no por como son, sino por como se contemplan y experimentan.
Una reflexión sobre lo que significa la belleza, y cómo se ejemplifica visualmente. Con repartos corales, situadas en la inmaculada Ciudad Eterna y un personaje que funge tanto como protagonista como guía. La Gran Belleza es una experiencia cinematográfica en todo el espectro del concepto, que se debe de vivir, no solamente ver.
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